“Es un estallido espontáneo que supera al festejo programado y la sensación de una inmensa felicidad, que a veces queremos fabricar artificialmente con medicamentos. En el momento del gol, todo se transforma, súbitamente, brota un placer sublime y estalla la concentración. Por eso, una persona puede echarse a correr, sacarse la camiseta cuando no debe, por más que eso esté sancionado, y durante unos segundos perder el control de objetividad y liberar la parte infantil de la explosión feliz”, relata.