El fútbol representa una de las mayores pasiones de la cultura popular. Sin embargo, en los tiempos que corren esta práctica se encuentra más relacionada a la televisión, a las estadísticas y al dinero en sustitución a su esencia y lugar de origen criollo: el potrero.
El potrero está asociado históricamente al paisaje rural, que con el tiempo y el avance urbano devino en baldíos donde se selló su sentido futbolístico. Para continuar el retrato de estos santuarios barriales hay que agregar, en su gran mayoría, campos de juego de tierra y piedras sin delimitación fija (siempre consensuada entre los participantes) y arcos representados con piedras o ropa que sobra a la hora de jugar.
En contraposición, por estos nuevos tiempos, el fútbol no profesional comienza a relacionarse cada vez más con las canchas privadas de césped sintético. Y he aquí la fórmula mágica burguesa: capital, inversión, tiempo y ganancia. El sol del fútbol lúdico y libertario quedó eclipsado detrás del valor de alquiler de una canchita con dueño.
No es una casualidad que a los mejores futbolistas los haya parido el potrero. Aquí, alejados de la tecnocracia y la uniformidad de los modernos entrenamientos, se lanzan a la espontaneidad e improvisación con la pelota que el territorio les ofrece. En consecuencia, se puede afirmar que la gambeta es hija del potrero, ya que nace como recurso ante el amontonamiento de jugadores en el espacio reducido.